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621. Miércoles, 5 octubre, 2005

 
Capítulo Sexcentésimo vigésimo primero: "Quiso la lengua castellana que de casado a cansado no hubiera más que una letra de diferencia". (Lope de Vega, 1562-1635, escritor español)

Lo he leído en un montón de revistas especializadas: este otoño triunfa lo natural.

Será. Pero que no crean que están descubriendo nada nuevo. Lo de la belleza nativa o adornarse el cuerpo con elementos inspirados en armonía con la naturaleza, no es un invento precisamente moderno.

Una receta de belleza recogida en el Anangaranga, un famoso libro erótico hindú, recomienda a todas las mujeres que quieran atraer a los hombres un truco infalible: pintarse el rostro con cenizas procedentes de piras funerarias, pero siempre que éstas sean recogidas y guardadas dentro de un cráneo humano.

Puede sonar raro aunque con esto de la moda de las incineraciones tampoco debe de ser tan difícil conseguir algunos rescolditos. Se pone uno a la puerta del correspondiente crematorio y mal a de ser que preguntando a alguno de los que salen con su jarroncito de la mano, no lleguemos a algún acuerdo.

Lo de encontrar una calavera ya está más difícil, pero es ley de vida: para estar guapo hay que sufrir.

Y si no que se lo digan a Enrique III de Francia que se pasó gran parte de su existencia adulta llevando al cuello y a modo de collar, una cesta llena de cachorros de perro sólo porque, según contaba a quien quisiera oírle (muchos -para eso era el rey-), le favorecía.

Eso sí era autentica moda inspirada en la naturaleza.