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  590. Lunes 22 agosto, 2005

 
Capítulo Quingentésimo nonagésimo: "La única manera de conservar la salud es comer lo que no quieres, beber lo que no te gusta, y hacer lo que preferirías no hacer". (Mark Twain, 1835-1910, escritor estadounidense)

Por más escépticos y desconfiados que seamos todos creemos en algo, necesitamos creer en algo, aunque ese "algo" no lo hayamos visto ni, lo más seguro, lo lleguemos a ver nunca.

Frase filosófica ésta de esas de manual de autoayuda (que como todos hemos comprobado alguna vez no sirven para nada) pero que viene muy bien para explicar como cualquiera es capaz de creer en cualquier estupidez con tal de que nos interese hacerlo.

Y sí, va de sexo.

Resulta que en la corte del rey Jaime I de Inglaterra en el mil seiscientos y pico, la única manera de "saber" si una mujer era o no era virgen, con toda la seguridad y confianza, ¡por supuesto!, consistía en mirarle los pechos.

Precisamente por eso todas las doncellas iban con ellos completamente al descubierto, ya que cualquier caballero de la época sabía que las areolas de los senos se oscurecían cuando las mujeres tenían relaciones sexuales y estos mismos eran de un color mucho más claro si las "señoritas" eran "vírgenes".

Para que luego digan que "entratándose" de la "virtud" de la mujer, los hombres han sido siempre desconfiados por naturaleza.

Pobres pardillos.