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  547. Miércoles, 18 mayo, 2005

 
Capítulo Quingentésimo cuadragésimo séptimo: "No veo sabiduría alguna en reservar la indignación para un día de lluvia" (Heywood Brown, 1888-1939, periodista estadounidense)

Aunque no reniego de esos reportajes en los que la jovencísima mujer de un madurito empresario (tan anatómicamente bien dotada ella como económicamente bien dotado él) pasea por mitad del desierto vestida de Laurencio de Arabia encima de un camello, a doble página y a todo color, los reportajes que más me gustan del ¡Hola! son, sin duda, los solidarios.

Una debilidad como otra cualquiera, que se me hace difícil, mientras le estoy dando al café con krispis matutino, no "emocionarme" con la cariacontecida pava (y yo no tengo la culpa de que suelan ser "pavas" y no "pavos") de turno, convenientemente disfrazada para la ocasión (ahora con ropa de marca, ahora con la camiseta de la oenegé correspondiente), con un niño en brazos (a poder ser negro), dándole el biberón o espantándole tiernamente las moscas.

Emoción que llega a ponerme los pelos de punta cuando leo el imprescindible toque intelectual que la individua (y yo no tengo la culpa de que suelan ser "individuas" y no "individuos") pronuncia ante tan arrebatadora experiencia, declaración que el autor del reportaje se apresura a poner de titular:

  "Ser solidaria es una enriquecedora experiencia que se la recomiendo a todos, estoy encantada, personalmente no recordaba sentir tanto dolor y sufrimiento desde mi última liposucción, pero ha merecido la pena; Convivir unas horas con esta gente me ha dado la oportunidad de pensar que aun puedo llegar a ser mejor persona de lo que soy"
Y todavía desconcertado por esas palabras tan llenas de esperanza y a la vista de una de las últimas fotografías en las que se puede ver a la abnegada y sonriente visitante abrazada a un grupo de nativos, suelo hacerme la inevitable y trascendental pregunta:

¿Cómo harán para estar continuamente tan maquilladas, peinadas, adornadas y cambiarse cuarenta veces de vestido o dieciséis de sombrero en el mismo día y en mitad de un desierto?

O esa otra mucho más intrigante:

¿Por qué ese empeño en colocar siempre a un nativo bajito justo al lado de la "protagonista", con el evidente riesgo que puede llegar a correr la visión del nativo bajito al coincidir su ojo izquierdo justo con la teta derecha de la "protagonista"?

¿Habrán calibrado en serio las posibles consecuencias de tan temerario gesto?

Oye, de verdad, cualquier mal movimiento y me lo desgracian de por vida.