Capítulo Cuadringentésimo octogésimo quinto: El rostro de un hombre es su autobiografía. El rostro de una mujer es su obra de ficción." (Oscar Wilde, Escritor irlandés, 1854-1900).
Por un cálculo de probabilidades y alguna que otra conocida
Ley de Murphy uno, a la hora de pagar en cualquier supermercado, se suele poner siempre en la cola que va a ir más despacio, algo que, no por conocido y hasta asumido, deja de fastidiar.
Como uno ya sabe esta contingencia, y, lógicamente, la experiencia es un grado, servidor suele elegir aquella desde donde pueda tener una visión lo más "
adornada" posible.
Al menos, y ya que hay que esperar, que esta espera esté lo más amenizada posible.. aunque solo sea visualmente.
Al fin y al cabo las colas de los hiper son como los viajes en metro, uno de esos pocos sitios donde se puede desnudar descaradamente con la mirada al "
macizo" de enfrente sin que el "
macizo" de enfrente pueda decir nada.
El problema no es ese, al fin y al cabo uno está entretenido mientras avanza la cola, el problema viene justo cuando le toca pagar a la que va delante, una señora que se ha pasado los diez minutos de fila impertérrita mirando al infinito y con la mente en blanco
Es precisamente en ese momento en el que le toca pagar, cuando la buena mujer empieza a abrir pausadamente su bolso para sacar, con una total parsimonia, todo tipo de llaves, papeles, carnés, pañuelos o compresas... de todo menos lo que busca, consiguiendo no sólo poner nerviosos a todos los que estamos detrás, sino también que busquemos mentalmente en su bolso el objeto de su "deseo", aunque no sepamos si lo que busca es dinero, la tarjeta carrefour o el vale del tres por dos que venía en el "
Pronto".
Igual que en la mayoría de los supermercados hay "
cajas rápidas", digo yo que podrían poner alguna para este tipo de "
obstructores" que por su descarada imprevisión, nos toca las narices a todos los demás, y encima de una forma tan descarada.