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  475. Miércoles, 26 Enero, 2005

 
Capítulo Cuadringentésimo septuagésimo quinto: "Odiar a alguien es otorgarle demasiada importancia" (Santiago H. 38 años, operario de la grúa municipal)

Algún día tengo que contar la historia de Jacques Martitain y Raissa Oumensoff, dos escritores y filósofos del siglo XIX, famosos "libertinos" de la época hasta que se conocieron, y que en una decisión mutua, decidieron practicar la castidad absoluta dentro y fuera de su matrimonio, algo que, por muy raro que me suene, que me suena, y siempre que sea una decisión compartida por los dos, no deja de ser otra forma de vivir la sexualidad y el amor.

Y es que hay necesidades fisiológicas a la que los simples mortales como yo, dados al vicio desde la más tierna adolescencia, iba a resultarnos algo difícil no practicarlas de vez en cuando.

Supongo que aquí, como en todas las partes, puede valer la regla de "órgano que no se usa se atrofia" y que "cuanto menos hace uno menos quiere hacer", pero digo yo que querer desentenderse de unas necesidades que te pide el propio cuerpo no puede ser bueno y lo que es peor, hasta puede acarrear algún disgusto.

Y sino que se lo pregunten a María Coronel, una santa de hace muchos siglos y cuya momia se venera en el convento de Santa Inés de Sevilla, de la que cuenta la leyenda que murió precisamente por un ataque fisiológico repentino y no tener el "instrumental" adecuado para solucionarlo:

" ...estando ausente su marido, vínole tan grande tentación de la carne que por no quebrar la castidad que se tenía impuesta metióse un tizón ardiendo por su agujero natural, de lo cual murió".

Hay cosas en las que no conviene llevar la contraria a la naturaleza, que luego es peor.