Capítulo Cuadringentésimo decimocuarto: "El eructo es comida en aerosol". (Arturo V., 17 años, heavy, estudiante de F.P. grado medio, rama informática)
Siempre me ha parecido que el sexo rápido, el "
aquí te pillo aquí te mato", entre dos o más personas que ni se conocen, ni ganas de conocerse y que posiblemente no se volverán a ver nunca, es una opción tan valida como cualquier otra y si apuro un poco, diría que hasta suele dar menos preocupaciones que otras formas de hacer lo mismo.
Pero siempre le he encontrado un problema: eso que los sexologos modernos llaman el "
post-coito", aquel momento en que el sexo deja de ser un impulso y se convierte en una plasta, justo ese dónde tumbado en la cama, lo único que te apetece es largar a ese cuerpo extraño que tienes al lado.
En los "
post-coitos" de este tipo no se habla, sólo se padece. ¿De qué se puede hablar? ¿No es de mal gusto preguntar si le gustó? ¿Acaso si no le gustó lo va a decir?
Es de esos momentos dónde uno quisiera estar en cualquier otro lado, dónde cualquier cosa es mejor que soportar esa repentina mezcla de timidez y retraimiento que se produce y que se va agravando según pasan los minutos.
En eso, como en tantas cosas, también los "
gayses" llevamos unos cuantos kilómetros de ventaja, y en casi todas las formas y maneras de desahogarse ya queda descartada esa situación "
post-coital".
Si, es verdad, las señoritas putas cumplen ese mismo papel en los
"heteros", pero hay una notable diferencia: salvo excepciones, a ellos les suele salir más caro.