Capítulo Tricentésimo septuagésimo séptimo: ¿Por qué hay gente que despierta a otros para preguntar si estaban durmiendo? Cuando alguien te pregunta que es eso de los
"blogs" y, sobre todo, si la cuestión se acompaña del casi inevitable, "
y eso para que sirve", la cara de bobo se pone en automático, y responder, lo que se dice responder.. como que no mucho.
Imaginemos que esto de escribir una "
bitácora" se hubiera inventado hace muchos años; imaginemos que a la hora de escribirlas, sus autores usaran y abusaran de las mismas manías y comportamientos extravagantes que los han hecho famosos, imaginemos escribiendo blogs a:
... aquellos que tenían especial cuidado por cuidar su atuendo a la hora de escribir, como el
conde de Buffon, que sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y espada al cinto;
Alejandro Dumas padre que, cuando escribía, vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, calzando sandalias;
Pierre Loti, que vestía trajes orientales, escribiendo en un despacho decorado a la turca, o al poeta inglés
John Milton, que escribía envuelto en una vieja capa de lana.
... aquellos que eran incapaces de estarse quietos: como,
Chateaubriand, que dictaba a su secretario paseándose con los pies descalzos por su habitación;
Victor Hugo, que meditaba sus frases o sus versos en voz alta paseando por la habitación hasta que los veía completos, pasando entonces a escribir con toda rapidez, o a
Jean-Jacques Rousseau, que prefería trabajar en pleno campo y, a ser posible, al sol y, si el ruido también le molestaba, se taponaba los oídos con bolitas de guata.
... aquellos a los que les preocupaba más el "dónde" que el "cómo" o eran especialmente maniáticos; por ejemplo,
Montaigne, que escribía encerrado en una torre abandonada; el poeta alemán
Schiller, que sólo podía escribir si tenía los pies metidos en un barreño con agua helada;
Lord Byron, que excitaba su inspiración mediante el aroma de las trufas, de las que procuraba llevar siempre algunas en sus bolsillos; o
Gustave Flaubert, que era incapaz de escribir ni una sola línea sin antes haberse fumado una pipa.
O aquellos raros, raros, raros, como, otra vez,
Victor Hugo, que no demasiado confiado en su propia voluntad, tenía por costumbre entregar sus ropas a su criado, con la orden de que no se las devolviese hasta que transcurriese un plazo predeterminado, aunque él se las pidiese encarecidamente. De esta forma, se obligaba a escribir sin posibilidad alguna de evadirse.
O
Honoré de Balzac que se solía acostar a las seis de la tarde, siendo despertado por una criada justo a medianoche; inmediatamente se vestía con ropas de monje (una túnica blanca de cachemira) y se ponía a escribir ininterrumpidamente de doce a dieciocho horas seguidas, siempre a mano su cafetera de porcelana. Durante todo ese tiempo no paraba de consumir taza tras taza, lo que, en su opinión, no sólo le mantenía despierto y despejado, sino que le inspiraba a escribir.
Para que luego digan que los que ahora escribimos cada día en estos
blogs, bitácoras, weblogs o como se llamen, sin más explicación que "
porque nos da la gana" somos unos bichos raros.