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  377. Jueves, 5 Agosto, 2004

 
Capítulo Tricentésimo septuagésimo séptimo: ¿Por qué hay gente que despierta a otros para preguntar si estaban durmiendo?

Cuando alguien te pregunta que es eso de los "blogs" y, sobre todo, si la cuestión se acompaña del casi inevitable, "y eso para que sirve", la cara de bobo se pone en automático, y responder, lo que se dice responder.. como que no mucho.

Imaginemos que esto de escribir una "bitácora" se hubiera inventado hace muchos años; imaginemos que a la hora de escribirlas, sus autores usaran y abusaran de las mismas manías y comportamientos extravagantes que los han hecho famosos, imaginemos escribiendo blogs a:

... aquellos que tenían especial cuidado por cuidar su atuendo a la hora de escribir, como el conde de Buffon, que sólo podía escribir vestido de etiqueta, con puños y chorreras de encaje y espada al cinto; Alejandro Dumas padre que, cuando escribía, vestía una especie de sotana roja, de amplias mangas, calzando sandalias; Pierre Loti, que vestía trajes orientales, escribiendo en un despacho decorado a la turca, o al poeta inglés John Milton, que escribía envuelto en una vieja capa de lana.

... aquellos que eran incapaces de estarse quietos: como, Chateaubriand, que dictaba a su secretario paseándose con los pies descalzos por su habitación; Victor Hugo, que meditaba sus frases o sus versos en voz alta paseando por la habitación hasta que los veía completos, pasando entonces a escribir con toda rapidez, o a Jean-Jacques Rousseau, que prefería trabajar en pleno campo y, a ser posible, al sol y, si el ruido también le molestaba, se taponaba los oídos con bolitas de guata.

... aquellos a los que les preocupaba más el "dónde" que el "cómo" o eran especialmente maniáticos; por ejemplo, Montaigne, que escribía encerrado en una torre abandonada; el poeta alemán Schiller, que sólo podía escribir si tenía los pies metidos en un barreño con agua helada; Lord Byron, que excitaba su inspiración mediante el aroma de las trufas, de las que procuraba llevar siempre algunas en sus bolsillos; o Gustave Flaubert, que era incapaz de escribir ni una sola línea sin antes haberse fumado una pipa.

O aquellos raros, raros, raros, como, otra vez, Victor Hugo, que no demasiado confiado en su propia voluntad, tenía por costumbre entregar sus ropas a su criado, con la orden de que no se las devolviese hasta que transcurriese un plazo predeterminado, aunque él se las pidiese encarecidamente. De esta forma, se obligaba a escribir sin posibilidad alguna de evadirse.

O Honoré de Balzac que se solía acostar a las seis de la tarde, siendo despertado por una criada justo a medianoche; inmediatamente se vestía con ropas de monje (una túnica blanca de cachemira) y se ponía a escribir ininterrumpidamente de doce a dieciocho horas seguidas, siempre a mano su cafetera de porcelana. Durante todo ese tiempo no paraba de consumir taza tras taza, lo que, en su opinión, no sólo le mantenía despierto y despejado, sino que le inspiraba a escribir.

Para que luego digan que los que ahora escribimos cada día en estos blogs, bitácoras, weblogs o como se llamen, sin más explicación que "porque nos da la gana" somos unos bichos raros.