-   


  

  358. Martes, 22 Junio, 2004

 
Capítulo Tricentésimo quincuagésimo octavo: ¿Por qué siempre que uno se saca un moco tiene el irrefrenable impulso de mirarlo?

Por razones más que evidentes, hay un castigo que se ha usado a lo largo de la historia y que a mi me parece uno de los más crueles que puede recibir una persona "humana": la castración.

Menos mal que he nacido en esta época, de haberme desviado unos pocos siglos, parece seguro que mi cuerpecito, al que tanto quiero y al que tantos buenos ratos, ya no estaría tan completo.

Chindasvinto, uno de esos reyes visigodos de los años 500 que antes se aprendían en los colegios, promulgó una curiosa ley que mandaba castrar a todo aquel que fuese sorprendido practicando la sodomía -activorro, muerdealmohadas o redondo que tanto le daba-, salvo que el sodomita perteneciera al clero.

"Oseasé", que si querías copular como dios manda, o te hacías cura o te la cortaban...

Toda una idea para aplicar en estos tiempos modernos y que solucionaría rápidamente esas crisis de vocaciones de la que tanto se quejan. ¿Verdad?