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  345. Jueves, 3 Junio, 2004

 
Capítulo Tricentésimo cuadragésimo quinto: ¿Por qué siempre hace falta más tiempo para perder kilos que para ganarlos?

En "Forrest Gump", Tom Hanks se empeñaba en comparar la vida con una caja de bombones; Yo tenía un tio, aspirante a filósofo que, un poco menos dulce, le encontraba parecido a esa "vida" con una cebolla, a la que hay que irle quitando capa a capa y que a veces te hace llorar.

Sin embargo, el otro día leí una historia que, aunque un poco más larga que las frases de la cebolla o los bombones, encierra la misma filosofía de demostrar que "vivir" no es más que una continua sorpresa.

"Un hombre humilde, sin ninguna formación, trabajaba en la iglesia de un pequeño pueblo del interior. Su trabajo consistía en dar las campanadas a las horas que determinara el párroco.

Pero un día cambiaron las leyes: el obispo de la diócesis decidió que todos los funcionarios de las parroquias de su obispado tenían que tener, como mínimo, estudios primarios. De esta manera pensaba estimular la educación pública; pero para el viejo campanero, analfabeto y demasiado mayor para empezar de nuevo, aquello significó el fin de su trabajo.

Recibió una pequeña indemnización, los agradecimientos de turno y una carta que daba por terminada su actividad en la iglesia.

A la mañana siguiente, no teniendo nada que hacer, se sentó en un banco de la plaza para liar su cigarro. Les pidió prestado un poco a dos amigos que se encontraban allí, pero todos estaban con el mismo problema: había que ir a la ciudad vecina para comprar tabaco.

-Tienes tiempo de sobra -dijo uno de los amigos-. Tú vas a comprar tabaco y nosotros te pagamos una comisión.

El ex campanero empezó a realizar esa tarea regularmente. Con el tiempo vio que faltaban muchas otras cosas en la ciudad y comenzó a traer encendedores, periódicos y demás, hasta que se vio obligado a abrir una tienda, ya que cada vez le encargaban más cosas.

Como era un hombre de bien que buscaba la satisfacción de sus clientes, la tienda prosperó, el hombre amplió su negocio y se convirtió en uno de los empresarios más respetados de la región.

Pero trabajaba con mucho dinero y un buen día se hizo necesario abrir una cuenta bancaria.

El gerente lo recibió con los brazos abiertos. El viejo sacó una bolsa llena de dinero en billetes, el primero rellenó su ficha y finalmente le pidió al viejo que firmara.

-Lo siento -dijo éste-. No sé escribir.

El gerente se quedó asombrado: -¿Entonces el señor consiguió todo esto siendo analfabeto?

.-Lo conseguí con esfuerzo y dedicación.

-¡Mi enhorabuena! ¡Y sin haber ido jamás a la escuela! ¡Imagine hasta dónde hubiera llegado si hubiera podido estudiar!

El viejo sonrió:

-Puedo imaginármelo muy bien. Si hubiera estudiado, todavía estaría dando las campanadas en aquella pequeña iglesia que el señor puede ver desde su ventana".