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  323. Martes, 4 Mayo 2004

 
Capítulo Tricentésimo vigésimo tercero: ¿Se puede soñar que se sueña?

Siempre he pensado que una de las únicas, sino la única, profesión que tiene el nombre bien puesto, aunque sólo sea por la manera tan descriptiva de "explicar" el trabajo que realiza quien la ejerce, es la de "tocólogo".

Y es que en estos tiempos donde todo cambia a tanta velocidad, la lengua no va a ser menos y hasta las palabras que hemos usado siempre para denominar profesiones de toda la vida, ahora resultan que también quieren tener su evolución para estar al cabo de los nuevos tiempos tecnológicos.

Alex Grijelmo en su libro "El estilo del periodista" (Ed. Taurus) pone un buen ejemplo: "las prostitutas ahora se llaman masajistas; lo que ha obligado a las masajistas a llamarse fisioterapeutas y esto a su vez ha hecho que los "fisios" se pongan el nombre de digitopuntores. ¿Acabarán siendo estos últimos "tocadores", a secas?." Tiempo al tiempo.

La verdad es que con estas cosas de modificar, aunque solo sea una letra, el lenguaje hay que andar con cuidado, tenía yo un amigo que a la menor oportunidad preguntaba a cualquiera que quisiera oírle si sabía como se llamaba ese simbolito curvo que lleva la letra "eñe" y que le da rango de exclusividad frente a su hermana la "ene".

Muy ufano él y ante el desconocimiento general a la pregunta, tomaba aires de suficiencia y decía "pues se denomina "verguilla". Y así se mantuvo hasta que un día alguien le aclaró que estaba confundiéndo y que el nombre correcto era "virgulilla".

De todas formas él nunca se ha apeado del burro, sostiene que, diga lo que diga el diccionario, el nombre que mejor le va al del simbolito en cuestión es el de "verguilla", y que cada día se lo demuestra a él mismo comprobando, y varias veces, el gran parecido que existe entre la "vergilla" de las "eñes" y la suya propia.