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252. Martes, 13 enero 2004



Capítulo Ducentésimo quincuagésimo segundo: ¿Por qué en todos los cuentos el rey es un calzonazos y el príncipe un valiente?



Nada más llegar al trabajo, y no "a trabajar" como algunos se empeñan, el jefe, que ayer debió de discutir por un oportuno dolor de cabeza de su mujer (yo si fuera ella también lo tendría), pide un completo informe, ¡con datos y todo!, sobre algo que dice que es "mi" trabajo.



¡Como si uno no tuviera cosas más importantes que hacer!



De pronto, la amígdala, (la de verdad no la "chorrada" esa que te quitan casi de serie), una pequeña estructura cerca de la base del cerebro, se activa y se lía a meter hormonas agresivas en la sangre.



Esta amígdala envía hormonas "peptídicas-neuroactivadoras" al resto del cerebro, que inmediatamente produce un irrefrenable pensamiento: "¿salgo corriendo o mato aquí mismo?"



La hormona petídica activa las glándulas de adrenalina propiciando su desembarco masivo en el torrente sanguíneo, acelerando el ritmo cardiaco e incrementando la presión sanguínea, que traducido, según el diccionario química-español/español-química, quiere decir que te acaban de cabrear de verdad.



El pensamiento de eliminar a alguien gana la partida ampliamente.



Las glándulas de la transpiración se activan, los músculos se endurecen, aparecen ligeros temblores, la sensación de dolor es casi nula, coges aire y sueltas sin pestañear y de corrido eso de, "hoy no puedo, estoy hasta el cuello de trabajo y encima el ordenador no me funciona bien, díselo a Pilar que estaba tomando café y seguro que ella puede hacerlo".



Y uno sale rápidamente, se sienta delante del ordenador y sin perder un momento entra en los "favoritos", que hay demasiadas bitácoras atrasadas que leer como para perder el tiempo con estupideces laborales.



!Señor, señor!, ¡qué pan más amargo este de ganarse el idem con el sudor de la frente!



¡Y todavía martes!