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243. Martes, 16 diciembre 2003



Capítulo Ducentésimo cuadragésimo tercero: ¿Por qué para limpiar una cosa es necesario ensuciar otra y, en cambio, es posible ensuciarlo todo sin necesidad de limpiar nada?



Mi sobrino, que dentro de muy poquito cumplirá tres años, ha encontrado utilidad a una de las cosas más inútiles que puede existir en una casa: el bidet.



Él, que se fija, ha descubierto que el trasto ese, a medio camino entre un aparato de tortura de la inquisición y un instrumento para poder hacer más cómodas ciertas fantasías lúbricas, parece fabricado para que lo use de urinario a la medida. Al menos hasta que crezca, que por ahora no llega, aunque sea por poco, dónde llegan los demás.



Dicen las estadísticas que si algo caracterizaba a los retretes de los países mediterráneos era la existencia del bidet. Hace tan sólo diez años la mayoría de las casas de Francia (97%), Italia (95%), Portugal (93%) o España (93%), lo poseían.



Pero la moda americana también se impone en eso y hoy por hoy, apenas el 45% de las casas nuevas lo "disfrutan". Aunque aún está lejos de la "rareza" que es poseer un bidet en Inglaterra o Estados Unidos, dónde parece que solo el 3% de las casas lo tienen.



Y es qué no está el precio de los pisos para poner "mariconadas" de esas que nadie usa, al menos en casas que son serias y dónde hasta el perro, que se llama nicolás, mea levantando la pata, como debe ser.