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226. Jueves, 20 noviembre, 2003



Capítulo Ducentésimo vigésimo sexto: ¿Los caballos tienen sobacos?



Mi abuela, que lo más que lejos que había llegado en plan turístico había sido a " La Era" cuando tenia novio y al cementerio tres veces al año desde que se quedó viuda, siempre sentía una compasión especial por los hijos de los emigrantes que se habían marchado a Alemania y que volvían al pueblo cada verano para ver a la familia.



Nunca entendió como, tan pequeños ellos, hablaban de aquella forma tan extraña que sólo sus padres podían entender, bueno sus padres y el mancebo de la farmacia, aunque claro, todos sabían que el de la farmacia había sido toda la vida un crápula de mucho cuidado.



Y es que, como ella decía, nada como hablar en español, que al fin y al cabo es lo que mejor entendemos, digo yo. Sí, vale, tarda uno un par de años desde que naces hasta que te vas soltando, pero después ya te sirve para toda la vida. Y eso no deja de tener sus ventajas.



Y sí por alguna causa, que esto de la globalización se sabe como empieza pero nunca como acaba, nos hacen aprender otro, me pido el hawaiano que es muy, pero que muy apañado: sólo tiene 12 letras, las cinco vocales, (que además son las mismas que las de casa con lo cual ya las conocemos), y siete consonantes (h, k, l, m, p, w).



Puestos a "englobarnos" por lo menos que nos den facilidades a los que ya la edad no nos acompaña para casi nada y menos para adquirir nuevos conocimientos. He dicho.