-   


  

 
224. Martes, 18 noviembre, 2003



Capítulo Ducentésimo vigésimo cuarto: ¿Por qué siempre que un hombre entra en un servicio a mear salpica fuera de la taza?



Sí las estadísticas llevan razón, que suelen llevarla y en este caso seguro que la llevan, sólo un 3,5% de las personas no han hecho nunca algo que el resto de los mortales hacemos, al menos, una vez cada seis horas: meternos el dedo en la nariz.



Está estudiado científicamente y todo, nos hurgamos la nariz unas cuatro veces al día aunque, eso sí, por distintas causas. La más frecuente es, sin duda, sacarse ese moco seco que molesta, pero hay hasta quien en la encuesta contestó que se metía el dedo en la nariz para excitarse sexualmente. Oye, cosas más raras se han visto que meter un dedo por algún agujero para ponerse "cachondo" ¿no?



Y aunque podría dar para mucho esto de "sacar entradas" que dicen en mi pueblo finamente, (incluso hay una enfermedad por hurgarse más de la cuenta: la rinotilexomanía), estaba yo hoy más interesado en saber si había además algún apartado del estudio que dijera que hacemos después de capturar esas mucosidades, resecas o líquidas, que de todo hay.



Y es que son muchos miles de toneladas de mocos sueltos cada minuto como para no preocuparse por el tema.



Pues lo hay, según el estudio el 28,6 % confesó que los arroja al suelo y sólo un 7,6 % reconoció que los pega en lo que tenga más a mano (algo fácil de comprobar que es evidentemente falso en cuanto se mira debajo de cualquier silla).



Pero lo más curioso es ese confeso 8 % que para deshacerse de la mercancía nasal no duda en comérsela. Por cierto, que sobre este particular el estudio aclara que, desde el punto de vista del gourmet, los mocos son toda una delicatessen, muy sabrosos, con un toque ligeramente salado y muy ricos en sodio y potasio.



Y no hagáis ascos ni os pongáis escrupulosos, que tire la primera piedra el que, aunque fuera de niño, no se ha comido sus mocos. (Y sólo para mentes abiertas el chiste de siempre en estos casos: dos en el parque besándose apasionadamente a tornillo, uno le dice a otro: creo que me has pasado el chicle, a lo que el otro le contesta, no cariño, es que tengo catarro).