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211. Jueves, 30 octubre, 2003



Capítulo Ducentésimo undécimo: Un español medio pierde alrededor de tres calcetines al año. Si los multiplicamos por toda la población española, eso supone un total de unos 120 millones de calcetines perdidos. ¿Dónde están esos 120 millones de calcetines?



Dicen los que saben de estas cosas, que la mejor edad para tener los sueños eróticos más salvajes, retorcidos, morbosos y sofisticados es la treintena. Mira tú por dónde, y por una vez, estoy en la cumbre de algo en la que aparece sexo y vejez en la misma frase.



Yo tengo mis dudas, que para eso uno ha tenido sueños húmedos desde muy pequeñito, y la única diferencia que veo es en que antes mi madre ponía lejía cuando lavaba las sábanas y yo le echo el detergente mondo y lirondo, pero conviene hacer caso a los expertos que para eso tienen estudios.



En lo que sí estoy de acuerdo es en considerar esta época, como en la que mejor se pueden distinguir entre las fantasías eróticas que pueden llegar a ser realizables, tipo montar un trío con dos chulazos gemelos o hacerles un traje de saliva, después de una revisión de "mangueras", al cuerpo (¡y que cuerpo!) de bomberos, y aquellos exóticos sueños que serán irremediablemente irrealizados, como los del tipo ser violado salvajemente por una tribu amazónica o "intimar" con tres jugadores de waterpolo en una piscina propia de una película de Esther Williams. (Sobre todo teniendo en cuenta que no se nadar).



Por cierto un vaso de leche templada antes de irse a la cama es mano de santo.