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178. Lunes, 15 Septiembre, 2003



Capítulo Centésimo septuagésimo octavo: Si siempre está al aire libre, ¿por qué se llama "cubierta" a la cubierta de los barcos?



Fui a ver "Bienvenidos a Belleville" al cine, la película empieza con otra película, una en blanco y negro homenaje a Josephine Baker y a Fred Astaire, pero la magia de la imaginación que desbordaba cada plano iba acompañada de palomitas, de "cienes y cienes" de palomitas que nos rodeaban. En el cine la gente se empeña en comer palomitas como hace años se empeñaban en sacar el bocadillo de chorizo en los autobuses de línea, dejando aquel olor que te duraba una semana hasta en los calcetines.



No entiendo muy bien lo de las palomitas en el cine, es imposible que casi todo el mundo tenga hambre en la escasa hora y media que dura. Le he dado muchas vueltas, primero por el lado "masoca", puede ser ("hay gente pa to"), que uno sienta placer al comprar cada palomita a precio de zafiro en "Tifanis" y luego no le queda más remedio que comérselas, pero sé, por experiencia, que no es tan fácil que se junten tantos masoquistas fuera de algún club leather.



Luego se me ha ocurrido que la cosa podía ser en plan protesta, hay salas que no dejan comerlas y en cuanto uno "pilla" una donde si se puede, pues se desquita: El argumento tampoco me convence mucho, además, ninguna de estas elucubraciones explicaría porqué justo en los momentos de máximo silencio es cuando más se oye eso de mover las bolsas, masticar compulsivamente o abroncar al del asiento contiguo por meter la mano en tu paquete (de palomitas).



Porque hay que reconocer que, si hay algo peor que comer palomitas en el cine es, estar comiéndolas y que tu compañero de butaca, que juró y perjuró que él jamás compraría palomitas en el cine, no deje de coger de tu bolsa ¡A mí me lo van a decir, yo que nunca compro palomitas!



Si ya lo digo yo siempre, hay que tener cuidado con los ruidos que se hacen, con todos los ruidos, y sino que se lo pregunten a aquella señora cuyo marido había estado trabajando fuera toda la semana, el hombre regresa "hambriento" al hogar conyugal y, eufórico, le grita a su mujer: ¡Pepi, una semana sin verte! ¡Vamos a hacer el amor hasta quedarnos secos! Se lanza sobre ella y comienza a hacer tal ruido que desde el piso de al lado se oye una voz que dice muy enfadada: ¡Eh, ya está bien, que vaya semanita que llevamos!