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149. Miércoles, 16 Julio, 2003


Capítulo Centésimo cuadragésimo noveno: ¿Por qué se empeñan en decir que las cosas caen por la gravedad cuando todos sabemos que caen por su propio peso?


He vuelto, en tan pocos días sudando verano he pasado de la más absoluta nobleza a ser el último de los plebeyos. Mi sangre ya no es azul ni en el culo.



Antes, aquellos que no hacían nada, al menos nada que estropeara su piel blanca y fina a través de la que se podían ver sus venas azules, eran los de "sangre azul". El resto, el que trabajaba (¡sí sabré yo de eso!), sobre todo los que lo hacían en el campo y de sol a sol -la mayoría-, se distinguían facilmente por el moreno de su piel.



No sé que esperaba, siendo hijo de un padre de nombre tan apache como Jerónimo, mi destino ya estaba escrito, nada de piel pálida, nada de sangre azul ni aunque viviera con un vampiro de esos que van al "diario-de-patricia" cada tarde a contar, lo bien que combinan unos labios negros con el rabo de la boina a juego, si uno sale a ligar esas noches de luna en cuarto creciente.



He vuelto y ahora debería de decir que he echado de menos lo de escribir cada día y lo de leer a los demás, pues con todo el dolor de mi corazón confieso que no, que ahora solo estoy llorando por los rincones acordándome de la playa, de sol, de ese calor, -que en Madrid es más seco- y, muy especialmente, de las noches bailando el "tecno-autonómico-dance-house-étnico" al ritmo de esa canción prodigio que todavía acuna mis oídos, esa que es el no va más de los "ecopijos", la nueva tribu de moda que recoje las más puras esencias de los llorados hippys de los sesenta.



Y entre los papeles que se han amontonado y antes de archivarlos todos en la "p" de papelera, voy a intentar estirar ese recuerdo en forma de himno, que merece haber sonado hasta en la mismísima y decadente dance-parada de Berlín; Letra profunda, música del siglo XXII: "hola soy el botijo, regordete y con pitorro, mantengo el agua fresquita, para que bebas a morro".



Y pasar al everybody dando gritos histéricos en los momentos del climax, esos que solo se producen cuando llega el estribillo, y el coro, en una comunión universal indescriptible, grita la nueva estética en música, esa que nos abre el futuro del nuevo sonido, simplemente pura poesía: "ni botella ni porrón, ni bota, ni garrafón, nada como el botijo para darse un refrescón". Chim pom".