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142. Viernes, 20 Junio, 2003



Capítulo Centésimo cuadragésimo segundo: ¿Por qué iba pulgarcito tirando migas de pan por el bosque cuando su padre le iba a abandonar por no tener nada que darle de comer?



Si hay alguna situación donde uno nunca está seguro de los pensamientos del otro, esa es la sexual. Leer entre líneas cuando te contestan “lo que tu quieras, cariño” a la pregunta de “que te gusta hacer”, es una de las cosas más difíciles que existen en esta vida.



Y sin embargo de ello pueden depender muchas cosas. Vamos a ver, si te apetece ponerte a limpiar a cuatro patas y con el cuerpo embadurnado de miel cada rincón de la cocina con un cepillo de dientes, mientras se montan encima con un tanga de cuero negro.. ¿por qué no se lo vas a pedir?



Pero nada, normalmente las fantasías se quedan en eso, en fantasías y a lo más que llegan es, en un momento de debilidad, a decirte eso de “me encanta lo desinhibido que eres en la cama”, aunque lo que de verdad te están diciendo es “por favor no grites tanto que se van a enterar todos los vecinos”.



Es una de las –pocas- ventajas de una relación estable, a fuerza de experiencia, (por cierto cuanta más mejor, otra razón para que sea diario), uno acaba aprendiendo que el sexo es un idioma silencioso con su propio código, y que, como todos los idiomas, necesita tiempo. Escuchar cuando aumentan los gemidos, cuando los ojos se salen de las órbitas, cuando la piel de gallina invade cada trocito de piel, o cuando se empieza a acordar de qué habrá para cenar, simplemente es cuestión de un poco de atención.



Y además como ya saben que sí, que mucho, te ahorras responder a la típica pregunta de las primeras veces, esa de “¿te ha gustado cariño?, que traducido suele querer decir “a que no hay otro pene tan grande y estupendo como el mío?, ¿a que no, a que no, a que no...?