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  131. Jueves, 5 Junio, 2003



Capítulo Centésimo trigésimo primero: ¿Por qué las gallinas no ponen huevos cuadrados?



Ayer, horario de trabajo, media hora para tomar café obligatorio por aquello del peloteo con uno de los “cienes y cienes” de jefes, conversaciones de las profundas que, tras la primera palabra, derivan en monólogos ajenos, nuevos proyectos, aburrimiento, mirada fija y perdida en la máquina tragaperras de la pared de enfrente.



Llega un hombre a meter moneditas, ocupación poco grata simbolizada en un mono azul y una gorra de ”puertas-gutierrez”, debe de haber salido pronto y entre “chato” y "caña” se dedica a echar los veinte duros transmutados en euros de modernidad. Pelo grasiento, aunque más que de gomina del “juteco”, de la fabricada por su propia cabeza, camisa de rayas desabrochada en los primeros botones, barriga sietemesina y calcetines blancos a juego con los calzoncillos de la oferta “tres-por-dos” del “carrefour”.



Está diez minutos, brazo izquierdo apoyado en lo alto de la máquina, brazo derecho en tensión preparado como si fuera a pulsar en un concurso del constantinoromero. Tocamientos constantes, más o menos leves en las zonas genital, anal y nasal.



Le releva una mujer tirando a mayor, tinte oxigenado sin repasar hace tres meses, carrito de la compra al lado de esos que van gritando “me-voy-a-comprar-ahora-vuelvo”, gafas de cristales gorditos tipo “años-setenta”, amagos de delantal, bata de rombos y zapatillas conjuntados. Al contrario que el operario arreglapuertas, la señora en un gesto de dominio, agarra una silla en la que esparce su celulitis, su manera de apretar los botones denota una vasta experiencia en dejarse la pasta de las alubias con "mariajesús-y-sus-pajaritos" de himno nacional.



Dice esa cosa gorda y sin dibujos llamada diccionario que una de las acepciones de “tragar” es consumir, gastar. ¿Nadie les ha dicho que la maquinita en cuestión se llama "traga-perras"?