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  129. Martes, 3 Junio, 2003



Capítulo Centésimo vigésimo noveno: ¿Por qué si las patrullas tienen sirenas, las sirenas no tienen patrullas?



Hoy, que parece que voy a tener más trabajo que el veterinario de 101 dálmatas en plena crisis de garrapatas, estoy pensando en cambiar de profesión. El problema es qué, después de estudiar mis posibilidades y viendo que soy más inútil que el peluquero de la aramisfuster, solo me queda emprender el camino de los que no sirven para otra cosa: voy a ser crítico. Eso sí, dudo entre serlo de música o de cine, de ambas cosas entiendo muy poco con lo que soy un serio aspirante al puesto. Sólo tengo que fijarme en como lo hacen los grandes maestros, casi todos funcionan de la misma manera.



La primera seña de identidad de un buen crítico que se precie de serlo es su “capacidad referencial”, en otras palabras, la excelencia de una crítica es directamente proporcional al número de referencias que se puedan citar en ella y cuanto más raras mejor. Una buena relación de actores secundarios en películas turcas o algún título de caras b de un grupo de rock de Colorado que cantan en japonés formado por cincuentones cuáqueros, puntúa doble.



A partir de aquí hay que “adjetivizar”, suena raro, lo sé, pero no es difícil, basta con agarrar la película, el grupo o el cantante en cuestión y agregarle “ano/ana” (con perdón) a cualquier cosa que se relacione con él; Si tachamos de “almodovariana” cualquier película donde salgan más de tres colores chillones y una caja de zapatos de Chus Burés, por qué no vamos a hablar de influencia “madonnianna” cuando comentemos el primer disco de esa nueva cuarentona teñida y operada que aulla con gorro de militar. ¡Si es como la madonna misma!



Siguiente paso, sí la buena música como el buen cine, debe de ser algo abstracto, escribir sobre ellos también tiene que serlo. El secreto está en escribir un mínimo de setenta palabras sin signos opresores de puntuación, para que acabe por no entenderse absolutamente nada. Al fin y al cabo Camilo José Cela escribió “Cristo versus Arizona” sin utilizar un solo punto y le dieron el nobel ¡Qué menos!



Nos quedan dos mandamientos imprescindibles en la carrera hacia la cumbre de “aprenda a ser crítico en diez sesiones”; Primero: no hace falta escuchar o ver lo que uno va a comentar, basta con saber quien es el autor de la obra para que se pueda aceptar tigre de bengala como animal de compañía, que para eso el crítico es el último adalid de la sacrosanta autenticidad.



Y segundo y más importante: todo lo que vende es malo, la gente es tonta y sólo yo y los diez amigos más que hemos comprado la maqueta de Matsuzaki Maya o hemos visto la última de Hou Hsiao-Hsien en versión original china con subtítulos en arameo, tenemos algún atisbo de inteligencia y podemos comprender el mensaje que encierra.