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  097. Sábado, 19 Abril, 2003

Capítulo Nonagésimo séptimo: Tener un par de huevos ¿No es de gallinas?

Mientras llego de Salamanca y me preparo para ir a Galicia continuando las escúalidas vacaciones (las vacaciones siempre son escuálidas), me estoy bajando el correo y no he podido resistir la tentación de escribir algo; Soy débil, lo sé, pero tengo un capricho al que ni quiero ni puedo renunciar, tengo que felicitar muy humildemente a Alicia, la lectura de su diario hace que cualquier adjetivo con el que lo pueda calificar sea papel mojado, basta con leer unas lineas para prescindir de todo comentario, simplemente se disfruta.. y como!. Alicia Chapeau!!!, y gracias.

Dicho lo cual y no queriendo ponerme muy serio, tengo que avisar que esto no cambia en absoluto mi opinión, así en general del género; Según la última encuesta de una marca de preservativos, las mujeres dicen tener como media 144 relaciones sexuales por año mientras que los hombres confiesan 138; Está claro a que sexo se está refiriendo el chiste ese del parchís con el “matan una y cuentan veinte”, y quienes son las fantasmas en este tipo de asuntos.

A pesar de mi legendaria misoginia tengo algunas buenas amigas, casi todas defienden en público sus gustos por los hombres vulnerables, tiernos y cariñosos, pero confiesan en privado que estos hombres sensibles solo valen para poder hablar con ellos de lo mal que les va con los duros, que son los que de verdad les interesan.

No sé nunca cuando hacerles caso ni tampoco pongo mucho interés en descifrar un universo que me es completamente ajeno. A mi, siempre que me hablan del deseo que una mujer provoca en un hombre, me siento identificado con el protagonista de aquel cuento de José Mª Pemán que hace poco publicó una revista::

“El último deseo de un lego que había vivido desde niño en estricta clausura fue: “Antes de morir, me gustaría ver una mujer y un tranvía”. De ambos había oído hablar maravillas. De la mujer su turbador aspecto. Del tranvía, su fuerza. Como el abad no podía llevar un tranvía a la celda, le llevó a una mujer. Convenció a doña Purificación, una oronda y devota señora, para que saludara al moribundo. Así lo hizo, y cuando, después de despedirla, el abad volvió a preguntar al hermano su opinión, le encontró sonriente y agradecido: “Gracias, padre, ya no me moriré sin haber visto un tranvía”.


Hasta el miércoles si puedo o hasta el jueves, ese sí ya irremediablemente, snifffff!!!!.