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  063. Martes, 25 Febrero, 2003

Capítulo sexagésimo tercero: ¿Qué le ocurre al puño cuando abres la mano?

Nunca se me ha dado bien lo de llorar, no debo de tener costumbre, salvo con algún capítulos de la casa de la pradera y cuando caramelizo cebollas, se puede contar con los dedos de una mano las veces que lo he hecho.

Supongo que eso no es ni mejor ni peor, unos lo arreglan todo dando gritos, otros con una cascada de lágrimas, algunos con las dos cosas, lo mío es como más íntimo, mi reacción suele ser de apatía, aunque por dentro estén saltando los sentimientos como fuegos artificiales, me mantengo impasible, y cuanto más grave es la cosa menos pierdo esa sensación de duro que no es más que fachada. No se lo recomiendo a nadie.

Envidio a los llorones, quiero ser como ellos, quiero llorar cuando expulsan a alguien del “granhermano”, gritar cuando algún “triunfito” sale en el “hola” reírme a carcajada limpia cuando miro la nueva papada estética de “mariateresacampos”, quiero aplaudir rozando la euforia cuando marco encuentre a su madre.

A veces pienso que por esa puñetera manía de controlar los sentimientos me estoy perdiendo alguna de las cosas más importantes de la vida; Decididamente tengo que empezar a cambiar, a ver si a pesar de los años se puede.