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  062. Lunes, 24 febrero, 2003

Capítulo Sexagésimo segundo: ¿Por qué en los anuncios de raquetas de tenis aparece gente jugando al tenis, en los anuncios de coches gente conduciendo coches, y sin embargo en los anuncios de condones no ves más que gente jugando al tenis o conduciendo coches?

Lo confieso, yo también tengo sueños casi húmedos en plan “sado-maso” y en cuanto puedo los intento poner en práctica, pero nunca llegaré a ciertas extremos de tortura que me parecen que rozan la dignidad del ser humano: nunca me apuntaría a un gimnasio.

Reconozco que no soy un gran entendido en el tema, apenas he pisado uno un par de veces y ambas fueron por una necesidad imperiosa de busca y captura de mi pareja, a la que encontré cargado de enormes pesas y con las venas del cuello a punto de explotar que le daban un extraño aire de estreñido crónico.

Ambas veces la experiencia fue de las más desagradables de mi vida, en medio de un olor asfixiante, entre sudor y desodorante tulipán-negro, se repartían por el suelo y las paredes los más variados instrumentos de tortura creados para el sufrimiento humano, hasta algo que siempre me había parecido inocente como era una sencilla colchoneta, alguna mente perversa la había transformado en el lecho del sufrimiento, usándola para que los pobres incautos tuvieran las piernas levantadas; Su gesto de sufrimiento cada vez que las subían era indescriptible.

Y encima pagaban, para que luego digan que el mundo no está loco.