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  Jueves, 12 diciembre, 2002

¿Habrá alguna manera de volver a meter el dentífrico al tubo?

Hay escenas que deben de impactar tanto que, aunque pasen un montón de años, puedes recordar cada imagen con todo lujo de detalles; Aunque debe de hacer diez años que pasó, todavía me río acordándome del pedo que se le escapó a la tia más cursi que he conocido en mi vida.

Se llamaba y supongo que se seguirá llamando, Clara. Clara parecía salida de un cuento austriaco, y su pedantería era genuinamente hereditaria, sus gestos, sus trajes, sus remilgadas frases, todo lo había mamado, era exacta a sus padres con algunos años menos y por eso, lo que para los demás no era sino un pedo bien tirado, para ella fue el gran bochorno de su corta vida.

Fue durante los ensayos de una obra de teatro universitario, una obra de esas de escritor ruso que nadie entiende pero que hace unos años eran imprescindibles en todo grupo que quisiera conservar las esencias del teatro contemporáneo. A Clara le daba igual el teatro, como a casi todos los que estábamos, pero ella tenía una razón muy particular, sufría en silencio el amor incomprendido hacia el director del grupo, un tio declaradamente gay, militante misógino hasta la médula y con un montón de proyectos de gloria en su cabeza.

Y mientras miraba a su enamorado cual absorta “mariliendre”, y en la mitad de uno de esos ejercicios de expresión plástica que no sirven sino para verle el culo a quien tengas delante desde una perspectiva nueva, a Clara se le escapó el pedo más inoportuno y posiblemente, más sonoro de su vida.

Nunca volvió a ser la misma.